西语阅读:《一千零一夜》连载二十七(4)

网络资源 Freekaoyan.com/2008-04-17

Nuestra navegación resultó exce­lente, y con la venia de Alah el vien­to nos fue favorable todo el tiempo, y nos hizo tocar felizmente en una isla llamada Salahata, donde debía­mos hacer escala y en cuya rada or­denó anclar el capitán para permitir a los mercaderes desembarcar y des­pachar sus asuntos.

Cuando estuvieron en tierra los pasajeros, como era el único a bordo que carecía de mercancías para ven­der o cambiar el capitán se acercó a mi y me dijo: “¡Escucha lo que voy a decirte! Eres un hombre pobre y extranjero, y por ti sabemos cuántas pruebas has sufrido en tu vida. ¡Así, pues, quiero serte de al­guna utilidad ahora y ayudarte a re­gresar a tu país con el fin de que cuando pienses en mí lo.hagas gusto­so e invoques para mi persona todas las bendiciones!” Yo lo contesté: “Ciertamente, ¡oh capitán! que no dejaré de hacer votos en tu favor.” Y él dijo: “Sabe que hace algunos años vino con nosotros un viajero que si perdió en una isla en que hicimos escala. Y desde entonces no hemos vuelto a tener noticias suyas, ni sabemos si ha muerto o si vive todavía. Como están en el navío de­positadas las mercancías que dejó aquel viajero, abrigo la idea de confiártelas para que mediante un co­rretaje provisional sobre la ganan­cia, las vendas en esta isla y me des su importe, a fin de que a mi regre­so a Baplad pueda yo entregarlo a sus parientes o dárselo a él mismo, si consiguió volver a su ciudad.” Y contesté yo: “¡Te soy deudor del bienestar y la obediencia, ¡oh mi se­ñor! ¡Y verdaderamente, eres acree­dor a mi mucha gratitud, ya que quieres proporcionarme una honrada ganancia!”

Entonces el capitán ordenó a los marineros que sacasen de la cala las mercancías y las llevaran a la orilla para que yo me hiciera cargo de ellas, Después llamó al escriba del navío y le dijo que las contase y las anotara fardo por fardo.. Y contestó el escriba: “¿A quién pertenecen es­tos fardos y a nombre de quien debo inscribirlos?” El capitán respondió: “El propietario de estos fardos se lla­maba Sindbad el Marino. Ahora ins­críbelos a nombre de ese pobre pa­sajero y pregúntale cómo se llama.”

Al oír aquellas palabras del capi­tán, me asombré prodigiosamente, y exclamé: “¡Pero si Sindbad el Mari­no soy yo!” Y mirando atentamente al capitán, reconocí en él al que al comienzo de mi segundo viaje, me abandonó en la isla donde me quedé dormido.

Ante descubrimiento tan inespera­do, mi emoción llegó a sus últimos límites, y añadí: “¡Oh Capitán! ¿No me reconoces? ¡Soy el propio Sind­had el Marino, oriundo de Bagdad! ¡Escucha mí historia! Acuérdate, ¡oh capitán! de que fui yo quien desem­barcó en la isla hace tantos años sin que hubiera vuelto. En efecto, me dormí a la margen de un arroyo de­licioso, después de haber comido, y cuando desperté ya había zarpado el barco. ¡Por cierto que me vieron muchos mercaderes, de la montaña de diamantes, y podrían atestiguar que soy yo el propio Sindbad el Ma­rino!­

Aun no había acabado de expli­carme, cuando uno de los mercade­res que había subido por mercade­rias a bordo, sea cercó a mí, me mi­ró atentamente, y en cuanto terminé de hablar, palmoteó sorprendido, y exclamó: “Por Alah! Ninguno me creyo cuando hace tiempo relaté la extraña aventura que me acaeció un día en la montaña de diamantes, donde, según dije, vi a un hombre atado a un cuarto de carnero y trans­portado desde el valle a la montaña por un pájaro llamado rokh. ¡Plues bien; he aquí aquel hombre! ¡Este mismo es Sindbad el Marino, el hom­bre generoso que me regaló tan her­mosos diamantes! Y tras de hablar así, el mercader corrió a abrazarme como a un hermano ausente que en­contrara de pronto a su hermano.

Entonces me contempló un instante el capitán del navío y en seguida me reconoció también por Sindbad, el Marino. Y me tomó en sus bra­zos como lo hubiera hecho con su hijo, me felicitó por estar con vida todavía, y me dijo: “¡Por Alah, ¡oh mi señor! que es asombrosa tu his­toria y prodigiosa tu aventura! ¡Pe­ro bendito sea Alah, que permitió nos reuniéramos, e hizo que encon­traras tus mercancías y tu fortuna!” Luego dio orden de que llevaran mis mercancías a tierra para que yo las vendiese, aprovechándome de ellas por completo aquella vez. Y efecti­vamente, fue enorme la ganancia que me proporcionaron, indemnizándome con mucho de todo el tiempo que había perdido hasta entonces.

Después de lo cual, dejamos la isla Salahata y llegamos al país de Sind, donde vendimos y compramos igualmente.

En aquellos mares lejanos vi cosas asombrosas y prodigios innumera­bles, cuyo relato no puedo detallar. Pero, entro otras cosas, vi un pez que tenía el aspecto de una vaca y otro que parecía un asno. Vi también un pájaro que nacía del nácar ma­rino y cuyas crías vivían en la su­perficiade las aguas sin volar nun­ca sobre tierra.

Más tarde continuamos nuestra navegación, con la venia de Alah, y a la postre llegamos a Bassra, donde nos detuvimos pocos días, para en­trar por último en Bagdad.


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