Nuestra navegación resultó excelente, y con la venia de Alah el viento nos fue favorable todo el tiempo, y nos hizo tocar felizmente en una isla llamada Salahata, donde debíamos hacer escala y en cuya rada ordenó anclar el capitán para permitir a los mercaderes desembarcar y despachar sus asuntos.
Cuando estuvieron en tierra los pasajeros, como era el único a bordo que carecía de mercancías para vender o cambiar el capitán se acercó a mi y me dijo: “¡Escucha lo que voy a decirte! Eres un hombre pobre y extranjero, y por ti sabemos cuántas pruebas has sufrido en tu vida. ¡Así, pues, quiero serte de alguna utilidad ahora y ayudarte a regresar a tu país con el fin de que cuando pienses en mí lo.hagas gustoso e invoques para mi persona todas las bendiciones!” Yo lo contesté: “Ciertamente, ¡oh capitán! que no dejaré de hacer votos en tu favor.” Y él dijo: “Sabe que hace algunos años vino con nosotros un viajero que si perdió en una isla en que hicimos escala. Y desde entonces no hemos vuelto a tener noticias suyas, ni sabemos si ha muerto o si vive todavía. Como están en el navío depositadas las mercancías que dejó aquel viajero, abrigo la idea de confiártelas para que mediante un corretaje provisional sobre la ganancia, las vendas en esta isla y me des su importe, a fin de que a mi regreso a Baplad pueda yo entregarlo a sus parientes o dárselo a él mismo, si consiguió volver a su ciudad.” Y contesté yo: “¡Te soy deudor del bienestar y la obediencia, ¡oh mi señor! ¡Y verdaderamente, eres acreedor a mi mucha gratitud, ya que quieres proporcionarme una honrada ganancia!”
Entonces el capitán ordenó a los marineros que sacasen de la cala las mercancías y las llevaran a la orilla para que yo me hiciera cargo de ellas, Después llamó al escriba del navío y le dijo que las contase y las anotara fardo por fardo.. Y contestó el escriba: “¿A quién pertenecen estos fardos y a nombre de quien debo inscribirlos?” El capitán respondió: “El propietario de estos fardos se llamaba Sindbad el Marino. Ahora inscríbelos a nombre de ese pobre pasajero y pregúntale cómo se llama.”
Al oír aquellas palabras del capitán, me asombré prodigiosamente, y exclamé: “¡Pero si Sindbad el Marino soy yo!” Y mirando atentamente al capitán, reconocí en él al que al comienzo de mi segundo viaje, me abandonó en la isla donde me quedé dormido.
Ante descubrimiento tan inesperado, mi emoción llegó a sus últimos límites, y añadí: “¡Oh Capitán! ¿No me reconoces? ¡Soy el propio Sindhad el Marino, oriundo de Bagdad! ¡Escucha mí historia! Acuérdate, ¡oh capitán! de que fui yo quien desembarcó en la isla hace tantos años sin que hubiera vuelto. En efecto, me dormí a la margen de un arroyo delicioso, después de haber comido, y cuando desperté ya había zarpado el barco. ¡Por cierto que me vieron muchos mercaderes, de la montaña de diamantes, y podrían atestiguar que soy yo el propio Sindbad el Marino!
Aun no había acabado de explicarme, cuando uno de los mercaderes que había subido por mercaderias a bordo, sea cercó a mí, me miró atentamente, y en cuanto terminé de hablar, palmoteó sorprendido, y exclamó: “Por Alah! Ninguno me creyo cuando hace tiempo relaté la extraña aventura que me acaeció un día en la montaña de diamantes, donde, según dije, vi a un hombre atado a un cuarto de carnero y transportado desde el valle a la montaña por un pájaro llamado rokh. ¡Plues bien; he aquí aquel hombre! ¡Este mismo es Sindbad el Marino, el hombre generoso que me regaló tan hermosos diamantes! “Y tras de hablar así, el mercader corrió a abrazarme como a un hermano ausente que encontrara de pronto a su hermano.
Entonces me contempló un instante el capitán del navío y en seguida me reconoció también por Sindbad, el Marino. Y me tomó en sus brazos como lo hubiera hecho con su hijo, me felicitó por estar con vida todavía, y me dijo: “¡Por Alah, ¡oh mi señor! que es asombrosa tu historia y prodigiosa tu aventura! ¡Pero bendito sea Alah, que permitió nos reuniéramos, e hizo que encontraras tus mercancías y tu fortuna!” Luego dio orden de que llevaran mis mercancías a tierra para que yo las vendiese, aprovechándome de ellas por completo aquella vez. Y efectivamente, fue enorme la ganancia que me proporcionaron, indemnizándome con mucho de todo el tiempo que había perdido hasta entonces.
Después de lo cual, dejamos la isla Salahata y llegamos al país de Sind, donde vendimos y compramos igualmente.
En aquellos mares lejanos vi cosas asombrosas y prodigios innumerables, cuyo relato no puedo detallar. Pero, entro otras cosas, vi un pez que tenía el aspecto de una vaca y otro que parecía un asno. Vi también un pájaro que nacía del nácar marino y cuyas crías vivían en la superficiade las aguas sin volar nunca sobre tierra.
Más tarde continuamos nuestra navegación, con la venia de Alah, y a la postre llegamos a Bassra, donde nos detuvimos pocos días, para entrar por último en Bagdad.