西语阅读:《一千零一夜》连载二十七(7)

网络资源 Freekaoyan.com/2008-04-17

La isla en que reinaba este rey te­nía por capital una ciudad muy po­blada, abundante en todas las cosas de la vida, rica en zocos y en mer­caderes cuyas tiendas aparecían pro­vistas de objetos preciosos, cruzada por calles en que circulaban nume­rosos jinetes en caballos espléndidos, aunque sin sillas ni estribos. Así es que cuando me presentaron al rey, tras de las zalemas hube de partici­parle mi asombro por ver cómo los hombres montaban a pelo en los caballos. Y le dije: “¿Por qué moti­vo, ¡oh mi señor y soberano! no se usa aquí la silla de montar? ¡Es un objeto tan cómodo para ir a ca­bállo! ¡Y adernas aumenta el domi­nio del jinete!”

Sorprendióse mucho de mis pala­bras el rey, y me preguntó: “¿Pero en qué consiste una silla de montar? ¡Se trata de una cosa que nunca en nuestra vida vimos!” Yo lo dije: ¿Quiéres, entonces, que te confec­cione una silla para que puedas com­probar su comodidad y experímentar sus ventajas?” Me contestó: “¡Sin duda!”

Dije que pusieran a mis órdenes un carpintero hábil y le hice trabajar a mi vista la madera de una silla conforme exactamente, a mis indica­ciones. Y permanecí junto a él has­ta que la terminó. Entonces yo mis­mo forré la madera de la silla con lana y cuero, y acabé guarneciéndo­la alrededor con bordados de oro y borlas de diversos colores. Hice que viniese a mi presencia luego un he­rrero, al cual le enseñé el arte de confeccionar un bocado y estribos; y ejecutó perfectamente estas cosas, porque no le perdí de vista un ins­taute.

Cuando estuvo todo en condicio­nes, escogí el caballo más hermoso de las cuadras del rey, y le ensillé y embridé, y le enjaecé espléndidamen­te, sin olvidarme de ponerle diversos accesorios de adorno, como largas gualdrapas, borlas de seda y oro, pe­nacho y collera azul. Y fui en segui­da a presentárselo al rey, que lo es­peraba con mucha impaciencia desde hacía algunos días.

Inmediatamente lo montó el rey, y se sintió tan a gusto y le satisfizo tanto la invención, que me probó su contento con regalos suntuosos y grandes prodigalidades.

Cuando el gran visir vio aquella silla y comprobó su superioridad, me rogó que le hiciera una parecida. Y yo accedí gustoso. Entonces todos los notables del reino y los altos dig­natarios quisieron asimismo tener una silla, y me hicieron la oportuna demanda. Y tanto me obsequiaron, que en poco tiempo hube de con­vertirme en el hombre más rico y considerado de la ciudad.

Me había hecho amigo del rey, y un día que fui a verle, según era mi costumbre, se encaró conmigo, y me dijo: “¡Ya sabes, Sindbad, que te quiero mucho! En mi palacio lle­gaste a ser como de mi familia, Y no puedo pasarme sin ti ni sopor­tar la idea de que venga un día en que nos dejes. ¡Deseo, pues, pedirte una cosa sin que me la rehu­ses!” Contesté: “¡Ordena, ¡oh rey! ¡Tu poder sobre mi lo consolidaron tus beneficios y la gratitud que te debo por todo el bien que de ti re­cibí desde mi llegada a este reino!” Contestó él: “Deseo casarte entre nosotros con una mujer bella bonita, perfecta, rica en oro y en cualida­des, con el fin de que ella te decida a permanecer siempre en nuestra ciudad y en mi palacio. ¡Espero, pues, de ti, que no rechaces mi ofre­cimiento y mis palabras!”

Al oír aquel discurso quedé con­fundido, bajé la cabeza y no pude responder de tanta timidez que me embargaba. De manera que el rey me preguntó: “¿Por qué no me con­testas, hijo mío?” Yo repliqué: “¡Oh rey del tiempo, tus deseos son los míos y en mí tienes un esclavo!- Al punto envió él a buscar al kadí y a los testigos, y acto seguido dióme por esposa a una mujer noble de alto rango, poderosamente rica, dueña de propiedades edificadas y de tierras, y dotada de gran belleza. Al propio tiempo, me hizo el regalo de un pa­lacio completamente amueblado, con sus esclavos de ambos sexos y un tren de casa verdaderamente regio.

Desde entonces viví en medio de una tranquilidad perfecta y llegué al límite del desahogo y el bienestar. Y de antemano me regocijaba, la idea de poder un día escaparme de aquella ciudad y volver a Bagdad con mi esposa, porque la amaba mu­cho, y ella también me amaba, y nos llevábamos muy bien. Pero cuan­do el Destino dispone algo, ningún poder humano logra torcer su curso. ¿Y qué criatura puede conocer el porvenir? Aun había yo de comprobar una vez más ¡ay! que todos nuestros proyectos son juegos infan­tiles ante los designios del Destino.

Un día, por orden de Alah, murió la esposa de mi vecino. Como el tal vecino era amigo mío, fui a verle y traté de consolarle, diciéndole: “¡No te aflijas más de lo permitido, ¡oh vecino mío! ¡Pronto te indemni­zará Alah, dándote una esposa mas bendita todavía! ¡Prolongue Alah tus días!” Pero mi vecino, asombrado de mis palabras, levantó la cabeza y me dijo: ¿Cómo puedes desearme larga vida cuando bien sabes que sólo tengo ya una, hora de vivir7' Entonces me asombré a mi vez y le dije: “¿Por qué hablas así, vecino mío, y a qué vienen semejantes pre­sentimientos? ¡Gracias a Alah, eres robusto y nada te amenaza! ¿Preten­des, pues, matarte por tu propia mano?” Contestó: “¡Ah! Bien veo ahora tu ignorancia acerca de los usos de nuestro país. Sabe, pues, que la costumbre quiere que todo marido vivo sea enterrado vivo con su mu­jer cuando ella muere, y que toda mujer viva sea enterrada viva con su marido cuando muere él. ¡Es cosa inviolable! ¡Y en seguida debo ser enterrado vivo ya con mi mujer muerta! ¡Aquí ha de cumplir tal ley, establecida por los antepasados, todo el mundo, incluso el rey!”


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19