西语阅读:《一千零一夜》连载二十七(2)

网络资源 Freekaoyan.com/2008-04-17

Y con tristeza nos decíamos: “Me­jor hubiera sido perecer en el mar ahogados o comidos por los monos, que ser asados en las brasas. ¡Por Alah, que se trata de una muerte detestablel! Pero ¿que hacer? ¡Ha de ocurrir lo que Alah disponga! ¡No hay recurso más que en Alah el Todopoderoso!”

Abandonamos entonces aquella casa y vagamos por toda la isla en busca de algún escondrijo donde res­guardarnos; pero fue en vano, por­que la isla era llana y no había en ella cavernas ni nada que nos per­mitiese sustraernos a la persecución. Así es que, como caía la tarde, nos pareció mas prudente volver al pa­lacio.

Pero, apenas llegamos hizo su apa­rición en medio del ruido atronador el horrible hombre negro, y después del palpamiento y el manoseo, se apoderó de uno de mis compañeros mercaderes, ensartándole en seguida, asándolo y haciéndole pasar a su vientre, para tenderse luego en el banco y roncar hasta la mañana co­mo un bruto degollado. Despertáse entonces y se desperezó, gruñendo ferozmente, y se marchó sin ocupar­se de nosotros y cual si no nos viera.

Cuando partió, como habíamos tenido tiempo de reflexionar sobre nuestra triste situación, exclamamos todos a la vez: “Vamos a tirarnos al mar para morir ahogados, mejor que perecer asados y devorados. ¡Porque debe ser una muerte terrible!” Al ir a ejecutar este proyecto, se levantó uno de nosotros y dijo: “¡Escuchad­me compañeros! ¿No creéis que vale quizá más matar al hombre negro antes de que nos extermine?” Enton­ces levanté a mi vez yo el dedo y dije: “¡Escuchadme, compañeros! ¡Caso de que verdaderamente hayáis resuelto matar al hombre negro, se­ría preciso antes comenzar por uti­lizar los trozos de madera de que esta cubierta la playa, con objeto de construimos una balsa en la cual po­damos huir de esta isla maldita des­pués de librar a la Creación de tan bárbaro comedor de musulmanes! ¡Bordearemos entonces cualquier is­la donde esperaremos la clemencia del Destino, que nos enviará algún navío para regresar a nuestro país! De todos modos, aunque naufrague la balsa y nos ahoguemos, habremos evitado que nos asen y no habremos cometido la mala acción de matar­nos voluntariamente. ¡Nuestra muer­te será un martirio que se tendrá en cuenta el día de la Retribución!” Entonces exclamaron los mercade­res: “¡Por Alah! ¡Es una idea exce­lente y una acción razonable!”

Al momento nos dirigimos a la playa y construimos la balsa en cues­tión, en la cual tuvimos cuidado de poner algunas provisiones, tales como frutas y hierbas comestibles; luego volvimos al palacio para esperar, temblando, la llegada del hombre ne­gro.

Llegó precedido de un ruido atro­nador, y creíamos ver entrar a un enorme perro rabioso. Todavía tu­vimos necesidad de presenciar sin un murmullo cómo ensartaba y asaba a uno, de nuestros compañeros, a quien escogió por su grasa y buen aspecto, tras del palpamiento y ma­noseo. Pero cuando el espantoso bruto se durmió y comenzó a roncar de un modo estrepitoso, pensamos en aprovecharnos de su sueño con objeto de hacerle inofensivo para siempre.

Cogimos a tal fin dos de los in­mensos asadores de hierro, y los ca­lentamos al fuego hasta que estuvie­ron al rojo blanco; luego los empu­ñamos fuertemente por el extremo frío, y como eran muy pesados, lle­vamos, entre varios cada uno. Nos acercamos a él quedamente, y entre todos hundimos a la vez ambos asa­dores en ambos ojos del horrible hombre negro que dormía, y apreta­mos con todas nuestras fuerzas para que cegase en absoluto.

Debió sentir seguramente un do­lor extremado, porque el grito que lanzó fue tan espantoso, que al oírlo rodamos por el suelo a una distancia respetable. Y saltó él a ciegas, y aullando y corriendo en todos senti­dos, intentó coger a alguno de nos­otros. Pero habíamos tenido tiempo de evitarlo y tirarnos al suelo de bru­ces a su derecha y a su izquierda, de manera que a cada vez sólo se encontraba con el vacío. Así es que, que no podía realizar su pro­posito, acabó por dirigirse a tientas a la puerta y salió dando gritos es­pantosos.

Entonces, convencidos de que el gigante ciego moriría por fin en su suplicio, Comenzamos a tranquilizar­nos, y nos dirigimos al mar con pa­so lento. Arreglamos un poco mejor la balsa, nos embarcamos en ella, la desamarramos de la orilla, y ya iba­mos a remar para alejamos, cuando vimos al horrible gigante ciego que llegaba corriendo, guiado por una hembra gigante todavía más horri­ble y antipática que él. Llegados que fueron a la playa, lanzaron gritos amedrentadores al ver que nos ale­jábamos, después cada uno de ellos comenzó a apedreamos, arrojando a la balsa trozos de peñasco. Por aquel procedimiento consiguieron al­canzarnos con sus proyectiles y aho­gar a todos mis compañeros, excep­to dos. En cuanto a los tres que sa­limos con vida, pudimos al fin ale­jamos y ponemos fuera del alcance de los peñascos que lanzaban.

Pronto llegamos a alta mar, donde nos vimos a merced del viento y em­pujados hacia una isla que distaba dos días de aquella en que creíamos perecer ensartados y asados. Pudi­mos encontrar allá frutas, con lo que nos libramos de morir de ham­bre; luego, como la noche iba ya avanzada, trepamos a un gran ár­bol para dormir en él.


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